La pintura mural es la que cubría los muros de los templos, se basaba en la preparación de la pintura a base de pigmentos coloreados diluidos en agua de cal. Este tipo de pintura se aplicaba sobre la superficie mural a la que previamente se había añadido una capa de yeso o estuco para alisarla. La aplicación se hacía cuando el enyesado estaba aún húmedo. Al secarse, el conjunto adquiría gran dureza y resistencia
Al igual que la escultura románica, la pintura mural se sujeta a la arquitectura y sigue las reglas del "marco arquitectónico y esquema geométrico". En pocas palabras, no toma en cuenta a elementos de la naturaleza, sino que considera a las formas más racionales. Esto hace que las figuras sean planas, alargadas y sin perspectiva. Los personajes se escalonan y adoptan diferentes tamaños en función de su relevancia. Los ojos y manos adquieren desproporcionada dimensión pues son las partes de la anatomía humana más expresivas espiritualmente hablando.
Los colores empleados son intensos y brillantes y se disponen en franjas contiguas de colores muy contrastadas entre sí. El color negro servía para perfilar las figuras.
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